BIBLIOTECA TRAMA

Jefaturas femeninas y trabajo en Guadix (1587)

Colaboradora:

Si tenemos en cuenta la escasez de información directa, referente a la población femenina y en concreto a sus actividades laborales, contar con un padrón de Guadix –agrociudad granadina- de 1587 transcrito y publicado por Carlos Asenjo Sedano en 1988, puede abrirnos expectativas. Si bien se agradece de antemano el trabajo llevado a cabo por el autor, estas se ven mermadas por sus silencios hacia la población femenina o mejor dicho por su interpretación del documento, la cual resulta elocuente a la hora de entender cómo se ha escrito e interpretado la historia.

Nos remontamos a inicios de la Edad Moderna, siglos XV y XVI en una sociedad de estructura precapitalista, donde las tres esferas productiva, reproductiva y de consumo se encuentran superpuestas, son espacios no segregados, y en la que la diferenciación laboral por sexos no está muy marcada. Esta condición dibuja un paisaje social muy distinto al actual, y que tiene que ver con la interpretación que doy más adelante.

A lo largo de la Edad Moderna, la Corona mandó elaborar diversos padrones cuyo principal objetivo era el control fiscal y recaudatorio. De igual manera, los concejos municipales elaboraron unos listados, relaciones, matrículas…etc., con la misma finalidad de controlar la distribución de los recursos materiales, económicos y humanos de las poblaciones. Los padrones pues, nos ofrecen una información de la estructura social de los pueblos, actividad profesional y cómo está distribuida la población por barrios. Sin embargo, estos documentos se elaboraron en unos períodos históricos muy marcados por el androcentrismo y patriarcado, y a su vez han sido interpretados por estudiosos con las mismas connotaciones. En estas líneas se muestra un ejemplo de cómo estas limitaciones han condicionado el relato histórico y las consecuentes carencias de identidades, por ejemplo, laborales, de las mujeres.

El padrón de la agrociudad de Guadix en 1587 cuenta con una población mínima de 810 vecinos, es decir, unos 3.240 habitantes, sin embargo, estas cifras son inexactas puesto que no se cuenta con la población eclesiástica-religiosa que hay en cada parroquia -abundante teniendo en cuenta que venimos de un brusco proceso de castellanización y cristianización-. Tampoco conocemos la población estante, ni los agregados en cada hogar, como ya se ha mencionado. Esta población, de 810 hogares, es la resultante de dos repoblaciones, la de los reyes Católicos y la de Felipe II tras la guerra de las Alpujarras en 1568-1571 y la expulsión de la población morisca. Esta supuso un auténtico cataclismo demográfico para la tierra de Guadix y el principal barrio morisco de la agrociudad –santa Ana-, poniendo de manifiesto el fracaso del proceso repoblador último. Todo ello determinó que el territorio no recupera su anterior nivel demográfico en lo que quedaba del siglo XVI y buena parte del siglo XVII, y cuando lo haga, se deberá en parte a un aumento de su jurisdicción.

Éstas averiguaciones de la población por distritos no nos informan del modelo de familia, puesto que no aborda la composición interna de los agregados domésticos ni los lazos de parentesco que unen a los miembros integrantes de cada hogar. Son hombres y mujeres que aparecen como responsables de la jefatura del hogar ante la administración, pero ello no significa que lo hagan también de facto. Si bien son relevantes demográficamente hablando, sin embargo, tienen unas limitaciones importantes puesto que informan sólo de una parte de la población, la masculina, tras la categoría de jefatura o cabeza de hogar, quedando la representación de hogar femenina, reducida a la clasificación del estado civil. Aquí ya tenemos un primer problema puesto que hay un trato desigual de la información: los varones ignoramos cuál es su estado civil y las mujeres desconocemos, en un número significativo, el nombre propio de las mismas al referirse a ellas como “la viuda de…” en el caso de estar ellos difuntos y “la mujer de Andrés Padilla” cuando ellos están ausentes. 

Si partimos de 810 hogares, en 135 la jefatura está representada por mujeres, siendo el 17 por ciento del total. De estas, 110 mujeres son viudas y desconocemos el nombre de la totalidad, circunstancia que nos habla de un importante sesgo patriarcal de la época. Si se acepta que el estado de viudez ha significado para muchas mujeres carecer de la tutela y el control masculinos y tener la responsabilidad de garantizar como nueva cabeza de familia, la supervivencia propia y de sus descendientes -de tenerlos- así como la gestión y el manejo de propiedades y/o negocios heredados, ello implicaría que las mujeres casadas, solteras o divorciadas no tienen la misma responsabilidad sobre ellas y sus descendientes, ni gestionan con la misma libertad. Esta situación es difícil de aceptar, pues si bien es cierto que las mujeres casadas necesitaban la autorización o licencia del esposo para ciertos trámites administrativos, -el esposo también requería la de ella para otros- disponían de fórmulas y medios para superar esos obstáculos. Y todo ello antes, igual que ahora.

Veamos cómo quedan distribuidos los 135 hogares con jefatura femenina entre las cuatro parroquias del núcleo de Guadix:

  • – La Mayor: 32 jefaturas femeninas que representan el 24% de la parroquia (28 hogares de viudas, 2 de doncellas, 1 hogar con las beatas Las amantes perdidas y la casa de doña Isabel Rodrigo)
  • – Santiago: 35 J.F que son 11% (33 hogares de viudas, 1 de doncella y 1 hogar de Catalina Sabas, cerera)
  • – San Miguel: 52 J.F. que son el 20% (34 viudas; 6 hogares de mujeres casadas con ellos ausentes; 1 beata; María López, labradora; Ana de la Cueva; Quiteria Francisca; Ana del Poyo; Ana de Padilla; Ana de Molina; Guateria, francesa; Juan Ruiz y su hermana; Ana Martínez, labradora; Mari López y Catalina, negra)  
  • – Santa Ana: 16 J.F., que son el 15% (15 viudas y 1 doncella)

Además del nombre de los vecinos jefes de hogar, tras una coma viene el oficio de estos, aunque no en todos los casos, con lo cual se dispone de una muestra de los oficios de la época, útil para conocer a grosso modo algunas de las actividades económicas de esa sociedad. Y aquí encontramos una segunda limitación del artículo que deriva de la información acerca de la ocupación laboral. Del total de 810 hogares, conocemos el oficio que declaran del 70 por ciento de las jefaturas de hogar. De las cuatro parroquias de Guadix, y teniendo en cuenta la proporción de hogares en cada una de ella, es destacable que la parroquia de santa Ana, el antiguo barrio morisco, el 80 por ciento declara tener un oficio, y en el lado opuesto se encuentra la parroquia Mayor, que sería el barrio residencial de la oligarquía civil y religiosa, donde sólo el 28 por ciento manifiestan su oficio. Más de la mitad de los 14 regidores municipales tienen aquí su domicilio.

Entre los oficios declarados por los vecinos (en este punto aclaro que no coincide el número de viudas y doncellas entre el listado del padrón y el cuadro resumen que el mismo autor realiza y que aquí reproduzco), y donde el autor incluye como oficio la categoría de viudas (115), de pobres (22) y de doncellas (6), los principales son: trabajadores (76), labradores (71), sastres (24), zapateros (22), tenderos (18), regidores (14), regadores (10), panaderos (10), espadadores (10), molineros (9), cordoneros (8), albañiles (8), hortelanos (7), mercaderes (7), alpargateros (6) y otros. En gran parte de estos hogares deberíamos visualizar a la esposa compartiendo la identidad laboral con el esposo, además de los gastos de cada negocio puesto que estamos hablando, en términos generales, de sociedades pre-capitalistas y gananciales.

En tan sólo 8 casos, de los 135 hogares donde las mujeres aparecen como jefas de hogar, se señala su ocupación de forma específica como en los varones, aunque sabemos su estado civil: Catalina Descoz, viuda y mesonera; Isabel García de Salamanca, viuda y panadera; María Lorente y Mayor del Castillo, viudas y tenderas; Catalina de Sabas, cerera; María López y Ana Martínez, son labradoras y la viuda de Miguel de Espinar que es labradora. Y de ellas, tres reciben el mismo tratamiento que el resto de los varones, es decir, sabemos su nombre, ocupación y no el estado civil, aunque lo intuimos. Lo destacamos por su singularidad.

En el artículo analizado el autor incluye en el listado de oficios a las 115 (110) viudas como si este estado civil fuera una actividad laboral, cuando las debería incluir con los jefes de hogar que no declaran un oficio o que la ocupación no está clasificada. Por lo tanto, margina a las mujeres que están viudas como si no se dedicaran a nada, o como si ser viuda fuera una dedicación. También deberíamos tener en cuenta el interés de los diferentes escribanos responsables de recoger la información en cada parroquia por reflejar los nombres y las ocupaciones femeninas correspondientes, como se detecta al observar detalladamente el padrón. Otra situación que nos hace dudar es que los parteros –Pero Lopez, el partero y Antonio Tellez, comadre- sean varones, cuando la costumbre era que fueran mujeres las que atendían a sus vecinas a la hora del parto, salvo las excepciones que se practicaban con la familia real o nobleza, por ejemplo.

Por otro lado, y quizás sea una de las principales críticas a la historiografía patriarcal, es que cuando leemos en un censo o padrón el nombre de la persona-varón que representa la unidad familiar –jefe de hogar- interpretamos que sólo él trabaja y sólo él aporta capital y gestión al hogar del que es titular. De esta forma se ha obviado, ignorado e incluso despreciado el funcionamiento compartido y en pareja que a lo largo de la historia y seguramente en diferentes intensidades, ha caracterizado a las familias y a los matrimonios. Es cierto que hay oficios exclusivos de los varones como el de los regidores municipales, militares, etc., pero también los hay de las féminas en esa época y tampoco aparecen, ni los historiadores e historiadoras se han preguntado por ellos. Sabemos por otras fuentes, que un número significativo de mujeres de la misma agrociudad y época trabajaban como nodrizas asalariadas de niños expósitos, otras de enfermeras, en el servicio doméstico, de tasadoras de dotes, de lavanderas, etc., sin embargo, nada de esto se deja entrever cuando leemos el artículo. Si retomamos los principales oficios declarados, probablemente no erramos en demasía al afirmar que buena parte de ellos eran compartidos por la esposa y demás miembros familiares. También por otras fuentes conocemos que muchas mujeres de Guadix eran propietarias de bienes rústicos, urbanos y semovientes, los cuales explotaban directa o indirectamente; otras disponían de rastrillos para espadar o machacar las fibras naturales; hilaban y tejían para otras personas; comerciaban en sus más variadas formas y atendían en los mesones, hostales, ventas, hornos o casas de mancebía.

Por último, se debe subrayar que la clasificación de oficios femeninos –también masculinos- es orientativa puesto que una de las características de la ocupación de la mayoría de las mujeres, las pecheras o del común, era la pluriactividad y en especial las que vivían en territorio rural con dominio de las actividades agropecuarias sometidas a la temporalidad.

Son muchos los capítulos de la historia escritos sin perspectiva de género y que han llevado a una tergiversación importante de la misma. Se hace necesario –si bien ya se está haciendo desde ciertas parcelas- releer los documentos originales y relatar de nuevo teniendo en cuenta el contexto androcéntrico de estos. Es verdad que la documentación sí recogía a las mujeres viudas al frente de sus hogares, pero con un trato muy diferenciado al de los varones y devaluado, además de no tener en cuenta en la interpretación de esos censos o padrones el papel fundamental de las esposas en el desarrollo, sostenimiento y gestión de cada hogar.